La historia de la navegación está muy unida a la historia de la astronomía, a la de la relojería y al buen diseño en todos los aspectos. El mundo de los instrumentos náuticos, ya sean de orden técnico para la orientación en la navegación, ya de orden funcional para el manejo del casco o de las velas, ha estado ligado tanto a la innovación técnica como a la artística, ha sido una continua búsqueda de la excelencia.
La instrumentación de navegación ayuda a conocer el posicionamiento, la velocidad del viento, la velocidad de desplazamiento sobre el mar,… todo aquello que nos ponga en rumbo a nuestro objetivo. Nuestros derroteros han estado siempre ligados a la observación y conocimiento del cielo. La carta celeste (planisferio o mapa de los cielos) es uno de los elementos cartográficos más antiguos. Ya los egipcios empleaban las estrellas como referencia para navegar y pronto adoptaron la terminología mesopotámica que conocemos como Zodiaco. La imaginación de los astrónomos dio forma a las constelaciones, configuró una carta celeste, que permitía identificar con rapidez las agrupaciones de estrellas. El movimiento del mar obligó a crear instrumentos ligeros y prácticos para tomar las alturas de los astros con la precisión. Hasta el GPS los más comunes a los navegantes han sido el astrolabio, el anillo, el cuadrante, la ballestilla y la brújula. El astrolabio (portador de estrellas) es un complejo instrumento para medir ángulos y colocarnos en el mapa del cielo. La leyenda dice que Ptolomeo lo descubrió al ser pisada su esfera celeste por el burro que le transportaba. Los árabes han sido los mejores en construirlos hasta que los ingleses los perfeccionaron haciéndolos de latón o cobre.
Por el contrario, la ballestilla (‘cross-staff’ en inglés) es un instrumento muy sencillo para medir ángulos. El primer dato sobre ella es la descripción de un judío catalán Levi Ben Gerson en 1342. Consta de dos piezas de madera de las cuales la mayor se llama flecha y la menor martillo, por mitad del cual atraviesa la flecha de forma que se mueva por ella el martillo conservando ángulos rectos. Permite determinar por ejemplo la altura de la estrella Polar por encima del horizonte, y con ello calcular la latitud. Se le conoce también como ‘palo de Jacob’, cruz geométrica o varilla de oro.
Tenemos también los llamados cuadrantes, cuarto de círculo, en uno de sus lados con dos mirillas, del vértice cuelga una plomada, para mantener la dirección vertical. Se llama inglés al de dos arcos. Luego se inventó el sextante y recientemente el GPS.
El único instrumento en activo sigue siendo la brújula (del latín ‘bussola’, cajita de madera, con la aguja de marear) que indica la orientación de la nave con respecto al norte magnético. Conocemos su existencia en China desde el siglo IV DC. Fue primero una mera barrita de hierro tocada con la piedra imán e introducida en un soporte que flotaba en el agua de una vasija. A partir del siglo XIV, dicha caja se mantenía en equilibrio mediante la suspensión que hoy llamamos de Cardano.
Si en la persona de Mercator confluyen el geógrafo y el calígrafo, en los objetos técnicos confluyen muchas veces la precisión y el sentido formal, que ha influido en los artistas de todas las épocas. La pieza ‘Construcción’ de 1935 de Antoine Pevsner (1884-1962), defensor del nuevo realismo de la ciencia y tecnología, de la belleza de los astrolabios, es un relieve que sintetiza ritmos internos del espacio-tiempo como desplazamientos orbitales.
Frente a esos ritmos el ‘still-life’ de Edward Wadsworth (1889-1949) es un bodegón de elementos marinos, con un sextante, una caracola, unos corchos de pescar y una boya frente a las sombras de la arquitectura y ante el horizonte y el cielo gris del litoral británico. Eleva a misterioso objeto un ‘harpoon shiplog,’ un instrumento para medir la velocidad que sobre el agua lleva un barco. En sus orígenes fue un trozo de madera (‘log’ viene del escandinavo ‘lag’, árbol cortado, madera) que atado a una cuerda con nudos (‘knoten’, en sajón), se lanzaba al mar por la borda y se recogía en un tiempo entonces cronometrado con reloj de arena, y así se calculaba la velocidad del barco. De ahí viene el término nudo, como medida de velocidad, una milla náutica por hora. Esto se apuntaba en un libro el Logbook (‘logbuch’ en alemán y en los idiomas escandinavos) derrotero o diario de navegación (‘Schiffsjournal’) que nosotros llamamos cuaderno de bitácora, porque se dejaba en el armario (‘bitacore’ en francés). En este lugar junto al palo de mesana, se dejaban la brújula y el cuaderno de derrota, diario de abordo.
Los instrumentos de navegación (cartas de navegación, astrolabios náuticos, ordenador, sistemas de posicionamiento como el GPS, etcétera) han avanzado con el desarrollo de la técnica al igual que el de los aparejos y equipamientos, pero el conocimiento del viento, el olfato y la intuición siguen dependiendo del hombre singular, del instinto del lobo del mar.